martes, 26 de febrero de 2013

"La música nunca va a acabar"

Llevaba esperando aquel concierto como agua de Mayo. Como esperaba en aquella película Hachiko a Richard Gere a la salida de la estación de tren. Era bonito imaginar historias cada noche, dicen que uno sueña con lo último que ha pensado antes de dormir, y quizás esa era la razón por la que cada noche soñaba con él. Sin embargo, en nada se parecerían esas historias con lo que ocurrió de verdad. 

16 años recién cumplidos. 16 primaveras.

Él. Él y su grupo de música. Él y su color de ojos, indescriptible, como su personalidad, como su forma de vestir, como su forma de sonreír. Guitarrista. Sin vergüenza. Romántico empedernido y bohemio fuera de época. Él. 

Le descubrió una tarde de verano a través de Youtube.  Un enlace que te lleva a otro y, entonces, se produce, "algo se acciona", era él, eran ellos. Tocaban un estilo poco común, raro para alguien que llevaba escuchando música clásica desde la cuna. Sus primeros dientes eran menos dolorosos con Vivaldi de fondo, sus primeros pasos alcanzaban gran velocidad con la ayuda de Ludwig van  Beethoven.  Ahora, él y su música eran el epicentro de un corazón que alcanzaba sus máximas pulsaciones en cada uno de sus conciertos. Madrid, Sevilla, Barcelona, Valencia... no importaba el destino, allí estaría. Aquel vacío que antaño había quedado en su alma se rellenaba con cada una de sus canciones. Contaba exactamente con 313 canciones en su mp3, melodías que tras una noche de desenfreno y  pasión  ahora sólo provocaban lágrimas. 

El mundo era la música, era su música. 

Aquel concierto jamás lo olvidaría. En la última actuación él la subió al escenario, le dedicó la canción y la cantó junto a ella, a ella.  Sus ojos brillaban más que las estrellas de la Vía Láctea una noche de verano. Tras la canción bajaron juntos las escaleras. Cada peldaño un beso, cada beso una caricia que llevaba a la  lujuria, al cariño, al roce de dos cuerpos que apenas se conocían y que se deseaban. Dos cuerpos en pura efervescencia. Un frenesí que condujo a la locura. Una noche en la que las horas se convirtieron en segundos   y en la que la Luna le rogaba al Sol su retraso. 


Esas 313 melodías ahora eran el sabor de sus besos, el tacto de su piel. Lloraba. Aquella sucesión de notas y acordes se clavaba como puñales, a diestro y siniestro, y  su corazón se deshacía en pedazos como se deshilacha una bobina de lana en manos de un viejo gato juguetón. 

Aquello de los amores imposibles y las noches de arrechucho estaban bien... bien escritas en los libros. 

No lo volvería a ver y lo sabía, mas su recuerdo sí que permanecería y, aunque ella no lo supiera, le acompañaría toda la vida. 

Fue entonces cuándo despertó. 

"No hay nostalgia peor, que añorar lo que nunca jamás sucedió"  Joaquín Sabina. 

Menos mal que...  "La música nunca se va a acabar"  Daniel Aragón. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario