domingo, 5 de mayo de 2013

Es tu culpa

Es tu culpa. 

Es tu culpa que me siente a teclear y no me salga nada. Es tu culpa que en vez de pulsar las teclas formando una  bonita melodía que se escucha en toda la casa mientras todo el mundo duerme, esté así. 


614544789658521452369854785412  son las veces (no exagero aunque sea andaluza) que me he sentado a escribir y no me sale nada. Nada de nada. Escribo y borro, borro y escribo y así sucesivamente. Es extraño porque últimamente no paro de hacer cosas que me hacen sentir diferentes emociones, pero cuando llego aquí no soy capaz de transmitirlas sobre el papel. 


Sí, bueno, lo admito, soy de las que primero lo escribe en papel y luego lo pasa a ordenador.

 Prehistórica y  Paleolítica. 

Bien es cierto que no tengo la cabeza donde la tengo que tener, y el corazón... bueno el corazón prefiero no saber dónde está. Y eso me perturba. ¿Qué se supone que hay que hacer para unificar la cabeza y el corazón? 

Vivimos acelerados. Tú y yo. 


Es tu culpa que no me sepa controlar, que el corazón, por raro que parezca se ponga en marcha cuando el icono aparece en la pantalla de mi móvil. 

Es tu culpa que me esté pasando esto. ¡A mí! 

Yo, que había construido un muro infranqueable a mi alrededor, y que has sido capaz de derribar con tan solo un soplo. Un muro que construí cuál cerdito de cuento para que a  ningún lobo se le ocurriese, si quiera, llamar a la puerta. Pero esta vez el águila fue más rápida que el cerdo y el lobo se coló por la chimenea. 


Dos charlas, dos besos y alguna que otra caricia. El roce de su boca con la mía, de su mano con mi mano, de mi piel con su piel. Su sonrisa, sus ojos. 

Y dentro, ni muro, ni piedra, ni puerta ni cerrojo. Eso ahora conmigo no funciona. 


La culpa la tuve yo que en vez de invitarlo a irse, lo invité a café.  Fue entonces cuando le pregunté : 

-¿Cuánto tiempo piensas quedarte? ¿Preparo un café o  mi vida? 

Perdonen el exceso de glucosa, consecuencias de un domingo por la tarde. 

Confesiones de una veinteñera en pijama y sin peinar. 




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